miércoles, 3 de octubre de 2012

El asalto a la prisión de La Bastilla

La Bastilla era la cárcel más famosa de la ciudad de París, aunque en los días anteriores a la revolución tan solo estaba ocupada por siete reclusos. Tenía unos muros de treinta metros de alto y anchos fosos, pero su guarnición era escasa y poco competente. 

El 14 de julio de 1789, una multitud se dirigió a la Bastilla para exigir las armas y municiones que allí se guardaban y para que se retiraran los cañones que, desde sus almenas, apuntaban hacia la ciudad. El gobernador de la fortificación, el marqués de Launay, recibió a tres delegados hacia las diez de la mañana y los invitó a desayunar. 

Ante la tardanza en salir de los delegados, comenzó a correr entre los manifestantes el rumor de que habían sido hechos prisioneros por el marqués. Pronto comenzaron los gritos, y algunos lograron escalar el muro y abrir las puertas ante la pasividad inicial de los soldados. El gobernador de la Bastilla perdió su sangre fría y ordenó disparar contra la multitud. Los asaltantes, que estaban armados, respondieron al fuego. El marqués fue detenido y asesinado, y su cabeza, atada a una lanza, fue paseada por todo París. Este hecho precipitó los acontecimientos. 

Lo que en principio era una simple manifestación para conseguir las armas se convirtió en una revuelta que, a las pocas horas de iniciada, había sustituido el poder municipal de la ciudad. 

El marqués de La Fayette, que mandaba a los insurgentes, entregó a los milicianos una escarapela con los colores de París, el rojo y el azul, entre los cuales colocó el blanco, que era el color del rey. Así surgió la bandera tricolor. La revolución había comenzado. 

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